EL PÁJARO QUE SE ENAMORÓ DE OYAMBRE
Este es el relato de una bella historia de amor a primera vista, de un encuentro fortuito que se convirtió en un momento memorable, en un lugar maravilloso, donde los enamorados grabaron para siempre su corazón, su flecha y su palabra...
Aquella tarde de junio, como tantas tardes en Oyambre, las olas dibujaban un leve arco de plata sobre la piel de la playa, a la vez que interpretaban su eterna canción de acantilado con voz húmeda y blanda...
Algunas familias disfrutaban del sol y de sus aguas... La brisa suave, la inmensidad del arenal, el cielo azul, la plenitud del mar, las verdes praderías que la circundan, los Picos de Europa como telón de fondo, conformaban, como siempre, aquella tarde del 14 de junio de 1929...
Nadie podía sospechar que no iba a ser una tarde cualquiera... Sobre el morro de Oyambre muere el día, el sol desciende lentamente y la playa queda por fin desierta... Son esos momentos íntimos, en que los elementos, solos consigo mismo, serenamente, parece que meditan, parece que sueñan...
Atardecer de Oyambre... Pronto, las sombras de la noche cubrirían este mágico lugar y sólo se escucharía, surgiendo de la oscuridad, el pálpito de sus aguas bajo la bóveda estrellada. Pero no iba a ser así...
Cuando los últimos rayos del sol iluminaban este magnífico espectáculo un extraño ruido repentino rasga el silencio, rompe la paz del lugar... Cada vez más intenso, provoca el desasosiego, la incertidumbre y el espacio se estremece...
Por encima de las verdes lomas de Gerra, sobre Oyambre, un enorme pájaro refulge y truena... Avanza en vuelo amenazante sobre la playa, gira como reconociéndolo todo y finalmente, tras un nuevo giro sobre Trasvía, desciende suavemente, se posa, se desliza en loca carrera sobre la arena y se detiene al final de la playa...
No cesa de rugir. Sus alas rígidas permanecen abiertas, al igual que su cola. Aún en las sombras se divisa el plumaje amarillo, su pico giratorio, sus patas clavadas en la arena, más que un pájaro parece un dragón echando fuego...
Permanece inmóvil y tras unos instantes cesa el ruido ensordecedor. La noche acecha y en aquel rincón de la playa el extraño pájaro rugiente desaparece entre la bruma y las sombras. Las olas descargan su blanda carga y la noche se llena de extrañas voces, de idas y venidas...
Al alba, el insólito pájaro mantiene su posición, estático. Recibe los primeros rayos de sol y su plumaje refleja destellos amarillos por las inmediaciones. Es un hermoso pájaro y a Oyambre, a pesar de su estruendosa forma de cantar, no le importa acogerlo como a tantas otras aves viajeras...
El asombro, la expectación eran crecientes. Oyambre se convierte en una fiesta por momentos. Los niños, temerosos, observan en la distancia, pero poco a poco se deciden a tocar su bello plumaje amarillo. Mientras tanto, las olas escriben en el viento una de sus partituras más hermosas, más emocionantes...
Oyambre intuía que aquel pájaro amarillo, cansado de una larga travesía, tal vez de una portentosa hazaña, se había posado rendido en busca de refugio, en busca de descanso...
Probablemente, una vez recuperado, reanudara su vuelo como el resto de las aves migratorias que frecuentan sus dormideros...
Sí, Oyambre era consciente de que el precioso y atractivo pájaro amarillo terminaría por enamorarse de sus encantos... Y así fue. Durante muchos años, desde aquella lejana tarde de junio, cada vez que sube la marea, las olas abrazan y besan el corazón grabado sobre la roca junto a un poema de amor. El pájaro amarillo se había enamorado de Oyambre para siempre...